viernes, 18 de noviembre de 2011

Una tarde en Cordobilla de Lácara






UNA TARDE EN CORDOBILLA DE LÁCARA
Por Juan Rodríguez Pastor

El lunes 14 de noviembre de 2001 fue un día lluvioso; pero, por la tarde, el cielo fue clareando. Al acercarme al límite de la provincia de Cáceres vi cómo una tormenta se desplazaba desde Carmonita hacia Alcuéscar, dejando a ambos lados de la autovía, como si fueran columnas, dos preciosos arco iris.

Al llegar a Cordobilla me sorprendió la abundancia de alcornoques y, sobre todo, la gran cantidad de agua embalsada en sus alrededores. Ya en el pueblo, recorrí la plaza y eché unas fotos a su iglesia, con su torre robusta y no demasiado alta. En el centro de la plaza, un círculo de adoquines de granito me indicó el lugar donde los quintos hacen la lumbre de Nochebuena.

En la biblioteca me reuní con quince cordobillanas. Y, como el mundo es un pañuelo, entre ellas estaba Cati, que había vivido dos años en mi pueblo, Valdecaballeros.

Al principio, a algunas, como Nandi y su hermana Fermina, les costó lanzarse a hablar teniendo delante la grabadora; pero, pronto le perdieron el respeto, y así Nandi nos contó una versión del cuento “Pilongos y castañas” y Fermina nos explicó cómo dejó de decir la palabra “zancajo”, cuando en Álava un médico le dijo que no se decía “zancajo”, sino “talón”. Lo más curioso es que “zancajo” sigue estando bien dicho, como se puede comprobar en cualquier diccionario, incluido el de la Academia; pero, Fermina, que ha vivido 47 años en Álava, ya no lo ha vuelto a decir nunca más.

Poco a poco, la mayoría fue participando. Felisa nos contó algunas rimas infantiles, Maruchi nos cantó una versión del juego del “Pin, pin, salamacatín”, Catalina nos explicó un juego que hacían enterrando alfileres, Cati e Inés se animaron a jugar a “Mai se fo yuti”, entrecruzando y chocando sus manos…

Sin duda, el tema de más éxito fue el de los acertijos, ya que recordaron más de una doce-na entre Marisa, Catalina, Fermina, Nandi… Fermina me sorprendió con un trabalenguas que no había oído nunca y que incluiré en un futuro libro, como también el que contó Cati.

Fermina recordó también que recogía “curatos” para venderlos, aunque le daba asco, pero el dinero era necesario en casa. Estos animalitos han tenido mala suerte, porque en casi todos los pueblos se les mataba. Cati nos dijo que, antes de matarlos, los escupía. Inés nos contó que en la Nava de Santiago no los escupían, pero el final era el mismo, ya que los pisaban.

También dio mucho de sí el tema de las creencias. Una señora, quizá fue Felisa, nos contó cómo curaron el empacho de su niña espurreándola anís sobre su cuerpo desnudo; eso sí, después de ver la encogida de su niña, no permitió que lo repitieran. Nandi nos recordó que su madre curaba el empacho de los niños, sobándolos y dándoles tres vueltas. También la madre de Catalina curaba, en este caso, el lumbago, dando friegas de aceite con los pies.

Maruchi nos contó cómo daba de mamar a sus niños, cuando tenía los pechos cogidos de la luna, y Catalina explicó cómo el señor Ignacio le curó un culebrón, dándole nueve veces con trigo quemado en la fragua.

Aún tuvimos tiempo para que Maruchi nos contara cómo las culebras mamaban a las madres y cómo en el cercano pueblo cacereño de Rincón de Ballesteros las parcelas son de seca-no, con alcornoques y encinas.

Al final, por supuesto, nos reímos todos con los cuentos populares extremeños. Fue un final simpático para una tarde muy agradable.

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