jueves, 28 de octubre de 2010

Una tarde en Valdetorres, por Juan Rodríguez Pastor






VALDETORRES


Llegamos a Valdetorres el 25 de octubre, en una tarde soleada. Antes, gozamos viendo ya las primeras grullas, a centenares, en los arrozales cercanos a Obando, al comienzo de las Vegas Altas. Hicimos una nueva parada en el Castillo de la Encomienda, y esta vez sí tuvimos la suerte de hablar con uno de los primeros colonos de este pequeño poblado.

En Valdetorres nuestra sorpresa fue encontrarnos a Anabel, la concejala. Fue mi alumna hace más de veinte años en un Instituto de Don Benito. Anabel recordaba que recogió un cuento, el de “La Cervatilla”, a su abuela Pilar. La abuela murió hace años y Anabel no sabía qué fue de su cuento. Como yo guardo una copia, quedé en mandárselo, y otro, titulado “Periquita y Periquito”.

En aquel lejano curso, otras dos alumnas de Valdetorres, Maite y Manoli, recogieron cuentos. Algunos eran muy buenos y les pedí que intentaran grabarlos; así fue como, gracias a estas buenas alumnas, hoy, en casi todos mis libros de cuentos, hay alguno de Valdetorres.

A mi hija María, de pequeña, le encantaba el de “Blancaflor, la hija del Demonio”. Otro, también maravilloso, el de “La Desgracia y la Fortuna” suelo contarlo en casi todas las charlas. Me hubiera gustado mucho saludar a su excelente narrador, Juan Álvarez, pero desgraciadamente ya ha fallecido.

Metidos ya en nuestra charla, tuvimos otra sorpresa: había casi tantos hombres como mujeres. Incluso el alcalde, Roberto, tuvo la amabilidad de acompañarnos. Paco, que nació en Monesterio, contó cómo le extrañaban algunas expresiones de Valdetorres, como no me vaga, para indicar que no se tenía tiempo. Nunca había oído esa expresión; pero, en Monesterio también usan palabras diferentes, como algofifa (trapo de fregar) o farrondón (que en Valdetorres llaman pitera, una zona de la pared que está descascarillada).

Guareña, por estar cercana, es la localidad que más aparece en los dictados tópicos de Valdetorres, y no demasiado bien, porque se les tacha de atravesaos, de malos (De Guareña, ni el aire que venga).

M.ª Carmen nos contó una rima infantil (Digodín, digodán / de la vera de San Juan…) y Eloy se apresuró a jugarlo con Felipe, con otra versión semejante (De codín, de codán…). Anabel nos recordó otra rima (Pim, pin, salamacatín, / vino la pollita con su sabanita…) y Paco recordó otra de su pueblo (Pimpirigaña, / juguemos a las cañas, / los perritos en el monte…)

Perpe nos contó un acertijo de la campana (Una vieja tonta y loca, / con las tripas en la boca, / llama gente y alborota), Eloy nos dijo un trabalenguas que cuenta a sus nietas y estas no saben repetir (Río abajo van cuatro tablas mal intirivincuntuladas…) y Antonia nos contó el caso de una mujer a la que mamaba la culebra. También salió el tema de una creencia que ahora se está extendiendo: la de que, cuando pasa el afilador, se muere alguna persona.

Con los cuentos, llegó la emoción de escuchar el de “La Desgracia y la Fortuna” con las mismas palabras que lo contó Juan Álvarez, en Valdetorres, hace veintidós años… Después Eloy nos conto una preciosa versión del cuento del arriero que se comió dos huevos en una posada, no los pagó y, al cabo de dos años, tuvo que afrontar el juicio.

Y, al final, el propio Eloy, nos recitó una hermosa oración, de “Santa Catalina”. Eloy estaba orgulloso; esa oración se la enseñó su abuela, y ahora, a sus 73 años, ha conseguido recordarla y escribirla ya casi completa (En la ciudad de Carmona / y en el reino de Navarra, / había una doncellita / que Catalina se llama…). Fue un colofón precioso, porque este es el mundo de la tradición oral, de estos materiales que estarán en nuestro recuerdo toda la vida.

Cuando nos alejamos de Valdetorres, atravesamos el badén del Guadiana y seguimos las curvas del camino de Confederación que corre paralelo a una acequia, camino de Yelbes.