jueves, 10 de junio de 2010

Una tarde en Feria, por Juan Rodríguez Pastor




UNA TARDE EN FERIA.
Por Juan Rodríguez Pastor

El lunes 7 de junio llegamos pronto a Feria y paramos ante su imponente iglesia de san Bartolomé. Como era temprano, dimos una vuelta. Apreciamos los soportales de ladrillo del Ayuntamiento y, sobre todo, los balcones adornados con macetas de geranios. No pudimos ver el Museo de las Cruces, porque cierra los lunes.

La biblioteca, recién inaugurada, resulta un espacio muy agradable. Lo reducido del grupo, una decena de coritas, facilitó la participación. Así, nada más empezar, Isabel nos contó un romance de ciego en el que un malvado padre quiso abusar de su hija detrás de una cruz.

No faltó el tema gastronómico y Manuela, ayudada por las demás, nos explicó un plato típico, la boronía, confeccionado con tomates y huevos batidos. Sobre este plato, Felisa nos contó una anécdota:

–Aquí había uno que ya estaba cansao de tanta boronía, porque tos los días la madre le ponía boronía, tos los días boronía; y ya le dice a la madre: “¡Madre, échale algún día tropezones!, ¿no?”

Palabras como boronía, piñonate, jerrete, bujarda… nos hacen sentirnos unidos a nuestros pueblos y a nuestras gentes. Escritores como Unamuno gustaron de estas palabras tradicionales conservadas en los pueblos.

Tampoco faltaron los dictados tópicos, que transmiten unas ideas, a veces negativas, de los pueblos vecinos: De la Fuente ni burro ni gente, y si es menester ni mujer, y si me apuras ni cura. Claro que también los hay positivos: La mujer de Feria y el hombre de donde quiera.

Tuvimos que reírnos al recordar que las coritas iban al cercano pueblo de La Parra, a la fiesta de san Blas, y movían la imagen del santo para que les saliera novio. Solían decir a las mujeres de allí: Parreñas, patas de leña. Y las parreñas les decían: Coritas, patas de guita.

Nuevamente nos sorprendió comprobar la pervivencia de la tradición oral. Consoli nos contó que todos los días juega con sus hijos, de 7 y 11 años, al juego de Pipirigaña, jugaremos a cabaña

Basi e Isabel María nos cantaron unos preciosos romances (¿De dónde ha venido usted? / De la guerra, señorita, / ¿qué se le ha perdido a usted?) y algunos juegos infantiles (Al botellito, pi…; Capitán general, que vivís sin ella…; Yo tengo un castillo, matarile…) Este último juego se usaba para formar parejas entre los niños. Y Felisa puso la puntilla:

–No te sentaba bien que te casaran con quien fuera; a lo mejor te casaban con el más desgraciao del pueblo. Cuando te decían el bueno, era cuando más alegre te ponías.

Tampoco faltaron los acertijos y los trabalenguas. Basi nos contó uno muy complicado: El cielo está emperejilacristalizado… Isabel M.ª nos contó el juego de “los nenes”, que se hacía con las pegatinas de los ovillos, y nos recitó la oración de san Antonio para encontrar objetos perdidos (Beato Antonio, que al monte subistes…). Basi recordó el miedo que pasaba de niña con un “monstruo imaginativo” llamado la Media Fortuna. Y Anita nos contó como verídico el caso de la culebra que mamaba a una mujer, en una casa del pueblo.

Cuando terminamos, eran casi las ocho de la tarde y, en la iglesia, iban a rezar la novena al Sagrado Corazón. Basi nos hizo de guía y nos enseñó la portada con los signos del zodíaco, los hermosos y antiguos retablos, las imágenes del Cristo, de la Candelaria… Nos animó a que fuéramos en mayo a ver su fiesta de la Cruz y, especialmente, “La Entrega”.

Y es que si hay algo que vamos descubriendo en cada pueblo es que lo mejor, sin duda, son sus gentes.

lunes, 7 de junio de 2010

Víctor Mariñas en Táliga


Talleres de animación a la lectura en Táliga.




Una tarde en Táliga, por Juan Rodríguez Pastor






TÁLIGA

Cuando llegamos a Táliga, el 31 de mayo, la tarde era muy calurosa. Pese a ello, dimos una vuelta al pueblo, porque queríamos ver su arquitectura popular y sus chimeneas.

En la Agencia de Lectura nos atendió amablemente Cristina, su joven bibliotecaria. Cuando llegó la hora de la charla, estábamos algo desconcertados, ya que solo había por allí dos jóvenes: un chico y una chica. A los cinco minutos, sin embargo, llegaron unas veinte mujeres, que venían de otro Taller. Y es que estas mujeres taligueñas están muy atareadas.

En la charla salieron a relucir casi todos los temas: el habla popular (cucharro –panera–, zanajoria, jumo…), los refranes, los juegos, los dictados tópicos… Obdulia nos contó que a las chicas de la cercana población de Santo Domingo les llaman “pentaíñas”, un término portugués que significa algo así como “pollitas”. Esperanza nos explicó que tienen cierta rivalidad con Alconchel (De Alconchel ni burro ni mujer) y con Valverde de Leganés (En Valverde, el que no pellizca, muerde). Josefa nos recordó lo que se dice de las mujeres de Castuera y lo que ellas responden.

Fue interesante ver la evolución de la tradición oral, a través de una rima infantil (cuyo tema es terrible, aunque afortunadamente los niños no suelen prestar atención a los significados). La gente mayor la recordaba así: Manolo Pistolo / mató a su mujer, / la pinchó en un palo / y la puso a vender. Pero la gente joven, como Alberto y M.ª Prado, la recordaban de otra manera: Don Federico / mató a su mujer, / la hizo picadito / y la puso a cocer. Y, para más inri, Pura, con sus 70 años, sabía otra rima parecida: Manolo Pistolo, / camisá cagá, / le güele el culo / a leche migá.

A estas alturas, cuando estábamos todos riendo, nos sorprendió que una chica joven, Elena, se pusiera a cantar un romance, coreado por la mayoría de los asistentes: Un capitán sevillano, / siete hijas le dio Dios / y tuvo tan mala suerte / que ninguno fue varón. / Y un día la más pequeña / le llamó la inclinación: / Padre, que me voy a la guerra / vestidita de varón…

Esperanza, Lucía, Pura, María y Carmina nos contaron varios acertijos. M.ª Prado y Lucía nos contaron algunos trabalenguas. Otra señora, cuyo nombre no anoté, nos cantó una canción para jugar al columpio (María Manuela, / tú que vas y vienes, / tráeme los manteles…)

Al final se destapó Pura, la mayor, con un precioso cuento acumulativo de una hormiguita. Lo que no esperábamos es que Pura se riera de nosotros. Cuando terminaba el cuento (Burro, ¿pa qué eres tan malo que bebes el agua, el agua apaga el fuego…, el sol derrite la helá que me heló la mi patita?), se hizo la despistada y preguntó: ¿En qué quedamos?, ahora no me acuerdo. Yo le dije: En el burro. Y con una sonrisa socarrona, me soltó:

–Levántale el rabo y le besas el culo.

A Cristina le habían dicho que, si escupía a un insecto (llamado cura o curita), salía sangre; pero a ella no le había funcionado. Además, estuvo una tarde recogiendo capullos de amapola para jugar con su sobrina pequeña a ¿Gallo, gallina o pollo?

Pura nos contó otra historia, de una culebra que mamaba a una señora, ocurrida en la finca Mantillón, donde trabajaba su padre “haciendo carbones”. Las risas volvieron con los cuentos. Esperanza recordó que su madre le contaba una versión de “Don Minusteco”, aunque con “las palabras un poquito cambiás”, como suele ocurrir en la tradición oral.

Cuando nos alejamos de Táliga, camino de Valverde de Leganés, atravesamos unas hermosas dehesas donde rumiaban numerosas vacas.