viernes, 25 de noviembre de 2011

Una tarde en Carmonita






UNA TARDE EN CARMONITA
Por Juan Rodríguez Pastor

El lunes 21 de noviembre de 2001 nos acercamos a Carmonita, cuando por las Vegas Altas ya algunos aceituneros recogían el fruto de sus olivos. Al llegar a Carmonita, bajamos por la calle Las Parras, para admirar la forma en que han solucionado la fuerte pendiente de la calle, construyendo un rellano en la puerta de cada casa.

Tras visitar la iglesia de la Magdalena, bajamos al Hogar del Pensionista. Allí nos sor-prendió agradablemente encontrarnos a David, un joven alcalde, quien estaba preparando el salón para la charla, un salón recién construido, que tuvimos la fortuna de inaugurar.

David tuvo también la amabilidad de dar un toque a algunas vecinas que se habían apuntado a la Campaña, hasta reunir a 16 carmoniteñas.
Nuestra charla discurrió por los caminos habituales. Ana Martín y otra señora nos contaron versiones del cuento “Pilongos y castañas”, Emilia nos recordó un dictado tópico que decía su abuelo: “De Cordobilla, ni el aire.” Ana Martín nos dijo que, en sus tiempos, los muchachos de Cordobilla no podían pasar de la estación, porque les pegaban los muchachos de Carmonita. Emilia nos explicó la tradición de “pedir el piso” a los novios forasteros…

Entre todas me explicaron cómo es ahora el Ramo, en la fiesta del Cristo. Ya no se venden conejos, como recogió Rodríguez Moñino, sino que se subastan jamones, dulces, roscas, gallinas, macetas… Este año han sacado 1.800 euros, para un retablo que proyectan levantar en la iglesia.

Luego, Emilia nos contó alguna rima infantil (“Ea, ea, que no soy tan fea, / y si lo soy, que lo sea”) y también algunas historias que le pasaron a su abuela y que, en realidad, no son más que cuentecillos populares. Todos se sabían las rimas infantiles, hasta Gema, una niña de seis años que nos acompañó, y que nos dijo la de “Antonio retoño, camisa cagá, los perros de-lante y los gatos detrás”.
Ana Rodríguez nos contó el cuentecillo de “En el pozo de las Eras”; Isabel, la rima de “Sana, sanita…” y el juego del “Pim, pim, salamacatín”; Magdalena, la de “Cigüeña patileña”; Manuela, la de “En aquel cerro cerrote”; María Jesús, el juego con los capullos de las amapo-las: “¿Gallo, gallina o pollito?”

Emilia me sorprendió con un par de trabalenguas preciosos: el de “Las tablas entambiritanguladas” y el de “El vino de la pin copa”. Luego, con la ayuda de Ana Martín, contaron es-te otro: “Al lao del río / tiene un quijonal mi tío, / vengo de coger quiji quijones / del quijonal de mi tío.”
Ana Rodríguez nos contó otro trabalenguas (“Jíncale cordones”), pero sobre todo nos contó cómo se había curado las verrugas, con berenjenas, y cómo se había curado su madre una rija con un alacrán.

También hablamos del cercano poblado de Rincón de Ballesteros, un curioso pueblo de colonización, que no es de regadío, sino de secano. Aquí aproveché para contarles algunas historias de colonos carmoniteños repartidos por todos los pueblos de colonización de las Vegas del Guadiana.

Al final, nos reímos con los cuentos y hasta Gema se quedó con ganas de leer alguno más. Magdalena nos contó uno muy semejante al de “Las puchas” y M.ª Jesús, tras la charla, me contó una preciosa versión del cuento “Levanta, Cruz de Venus”. Fue un bonito colofón a una hermosa tarde.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Una tarde en Cordobilla de Lácara






UNA TARDE EN CORDOBILLA DE LÁCARA
Por Juan Rodríguez Pastor

El lunes 14 de noviembre de 2001 fue un día lluvioso; pero, por la tarde, el cielo fue clareando. Al acercarme al límite de la provincia de Cáceres vi cómo una tormenta se desplazaba desde Carmonita hacia Alcuéscar, dejando a ambos lados de la autovía, como si fueran columnas, dos preciosos arco iris.

Al llegar a Cordobilla me sorprendió la abundancia de alcornoques y, sobre todo, la gran cantidad de agua embalsada en sus alrededores. Ya en el pueblo, recorrí la plaza y eché unas fotos a su iglesia, con su torre robusta y no demasiado alta. En el centro de la plaza, un círculo de adoquines de granito me indicó el lugar donde los quintos hacen la lumbre de Nochebuena.

En la biblioteca me reuní con quince cordobillanas. Y, como el mundo es un pañuelo, entre ellas estaba Cati, que había vivido dos años en mi pueblo, Valdecaballeros.

Al principio, a algunas, como Nandi y su hermana Fermina, les costó lanzarse a hablar teniendo delante la grabadora; pero, pronto le perdieron el respeto, y así Nandi nos contó una versión del cuento “Pilongos y castañas” y Fermina nos explicó cómo dejó de decir la palabra “zancajo”, cuando en Álava un médico le dijo que no se decía “zancajo”, sino “talón”. Lo más curioso es que “zancajo” sigue estando bien dicho, como se puede comprobar en cualquier diccionario, incluido el de la Academia; pero, Fermina, que ha vivido 47 años en Álava, ya no lo ha vuelto a decir nunca más.

Poco a poco, la mayoría fue participando. Felisa nos contó algunas rimas infantiles, Maruchi nos cantó una versión del juego del “Pin, pin, salamacatín”, Catalina nos explicó un juego que hacían enterrando alfileres, Cati e Inés se animaron a jugar a “Mai se fo yuti”, entrecruzando y chocando sus manos…

Sin duda, el tema de más éxito fue el de los acertijos, ya que recordaron más de una doce-na entre Marisa, Catalina, Fermina, Nandi… Fermina me sorprendió con un trabalenguas que no había oído nunca y que incluiré en un futuro libro, como también el que contó Cati.

Fermina recordó también que recogía “curatos” para venderlos, aunque le daba asco, pero el dinero era necesario en casa. Estos animalitos han tenido mala suerte, porque en casi todos los pueblos se les mataba. Cati nos dijo que, antes de matarlos, los escupía. Inés nos contó que en la Nava de Santiago no los escupían, pero el final era el mismo, ya que los pisaban.

También dio mucho de sí el tema de las creencias. Una señora, quizá fue Felisa, nos contó cómo curaron el empacho de su niña espurreándola anís sobre su cuerpo desnudo; eso sí, después de ver la encogida de su niña, no permitió que lo repitieran. Nandi nos recordó que su madre curaba el empacho de los niños, sobándolos y dándoles tres vueltas. También la madre de Catalina curaba, en este caso, el lumbago, dando friegas de aceite con los pies.

Maruchi nos contó cómo daba de mamar a sus niños, cuando tenía los pechos cogidos de la luna, y Catalina explicó cómo el señor Ignacio le curó un culebrón, dándole nueve veces con trigo quemado en la fragua.

Aún tuvimos tiempo para que Maruchi nos contara cómo las culebras mamaban a las madres y cómo en el cercano pueblo cacereño de Rincón de Ballesteros las parcelas son de seca-no, con alcornoques y encinas.

Al final, por supuesto, nos reímos todos con los cuentos populares extremeños. Fue un final simpático para una tarde muy agradable.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Una tarde en Torremayor






UNA TARDE EN TORREMAYOR
Por Juan Rodríguez Pastor

En una tarde soleada llegamos a Torremayor, tras atravesar el badén del Guadiana. A un lado de la carretera, nos sorprendió ver una gran extensión de terreno sembrado de coliflores.

Ya en el pueblo, como era temprano, aprovechamos para pasear por el pueblo, echar algunas fotos a la Iglesia de Santiago y tomar un café en el bar de La Torre.

En la Casa de Cultura nos esperaba ya Mónica, la bibliotecaria. Mientras llegaba la hora de la charla, Rubén se ofreció amablemente a enseñarnos la Casa de la Cultura, que es moderna y agradable.

Ya en la charla, M.ª José, la concejala, nos contó una simpática anécdota, como ejemplo de lo que es la tradición oral. Ella nació en Montijo y un día su suegra la invitó a desayunar una tostada con “caldillo”. Ella, como no sabía lo que era el “caldillo”, se vio en un pequeño apuro, hasta que vio que el “caldillo” no era otra cosa que lo que en Montijo se llama “refrito”. Y todo esto a pesar de que Torremayor y Montijo están separados por apenas seis kilómetros. Claro que Mónica vino a dar la puntilla, cuando nos recordó que en otros sitios ni se llama “caldillo” ni “refrito”, sino “cachuela”.

Otro ejemplo nos lo puso Mari. En la cercana localidad de La Garrovilla se reían de ella cuando hablaba de las “azucecias”, ya que esta fruta en castellano se llama azufeifa y azufaifa. Curiosamente, el año pasado fue la primera vez que conocí y probé este pequeño fruto, gracias a mis primos Miguel Ángel y Pili, que viven en Puebla de la Calzada.

Luego recordamos algunos dictados tópicos. Mónica nos contó que su padre se refería a Torremayor como “la Torrita”; Mari nos dijo que a los de Lácara les dicen “los de la Morra”; y M.ª José recordaba haber oído este dicho: “Eres más cumplía que un luto montijano”, aunque no sabe bien la razón.

Todas las participantes se sorprendieron al ver cuántos materiales conocían de la tradición oral: rimas infantiles, acertijos, dichos, supersticiones, juegos…

Entre todos recordamos cómo se curaban las culebrillas y los culebrones. Sobre esto Fátima nos dijo que, si ibas al médico, no podías ir luego a una curandera, ya que no era bueno hacer las dos cosas a la vez.

Fátima también nos recordó una historia de brujas, la de un hombre que iba en una bicicleta y se encontró la pata de un carnero que luego resultó ser una bruja. Y M.ª José nos contó que de pequeña, en Montijo, para que no se acercara al pozo, la asustaban con la mano negra: “¡Que sale la mano negra!”

Al final, todos nos tuvimos que reír con los cuentos.

Luego, por el camino de las Piñuelas, nos alejamos de Torremayor.