miércoles, 13 de abril de 2011

Una tarde en Hernán Cortés






una tarde en HERNÁN CORTÉS

Por Juan Rodríguez Pastor


La Biblioteca de Hernán Cortés se asoma a una amplia y hermosa plaza. Cuando llegamos, en una tarde soleada, apenas unos niños jugaban entre los bien cuidados setos. Mi amigo Miguel me explicó que ahora todos los parceleros cortesinos andan atareados preparando la tierra, para sembrar más adelante el arroz y el maíz.

Con mi amigo Miguel compartí juegos y escuela en Valdecaballeros hasta 1966. Entonces su familia se vino “a las parcelas”, a Hernán Cortés. Fue un duro desarraigo para miles de familias que dejaron sus pueblos de origen para venir a los pueblos de colonización, unos pueblos tan nuevos, tan nuevos, que no tenían ni agua ni luz ni médico ni iglesia ni bar…

De estas historias de la colonización hablamos con los 28 cortesinos que nos acompañaron; entre ellos Miguel, su mujer y sus hijas.

Como es normal, todas las familias recuerdan la fecha en que llegaron a Hernán Cortés: Concha desde Jerez de los Caballeros, Nicolasa desde Villanueva de la Serena, Justa desde Palomas, Juli desde Barcarrota, Inés desde Lobón, M.ª José desde Guadalperales, Piedad desde Higuera de la Serena

También recuerdan cómo los primeros colonos usaban palabras distintas según su procedencia: en Barcarrota, por ejemplo, llamaban cucharro a la panera y espiche al botijo; en Lobón, embarrar a blanquear…

María nos contó una historia de su pueblo, Pasarón de la Vera, que, curiosamente, era la misma historia que Isabel conocía de Puebla de Alcocer: los hijos que se ganaban una moneda por acostar sin cenar, pero que, por la mañana, la perdían al desayunar.

Nicolasa nos contó un dictado tópico: Los de Rena, los pochos; / en el Villar, lagartaos; / en Villanueva, el salero; / y en Don Benito, arrugaos. Justa nos contó un acertijo referido a la coronilla que antiguamente llevaban los curas en la cabeza: Redondo como un reloj y tiene pelos alrededor. Mónica y M.ª Josefa nos contaron trabalenguas. Lourdes, Curri, Virginia y M.ª Josefa nos recitaron rimas infantiles...

Mónica, cuya familia es apodada “los granaínos”, nos contó varios acertijos picarescos. Y M.ª Josefa nos contó un par de trabalenguas.

María Villanueva nos hizo reír al narrarnos varias historias preciosas. Cuando era pequeña, su padre, al amanecer de la noche de san Juan, la despertaba, diciendo: “Venga, hija, levanta, que va a salir el sol dando vueltas”. Especialmente nos reímos cuando contó lo que decía su marido sobre las morcillas de calabaza de su tía: “Las morcillas de mi tía Quica se pueden comer en viernes.”

M.ª Josefa nos contó la oración que se reza cuando los niños están cogidos de la luna, aunque, según Juli, la oración no se debe decir. Piedad nos contó también cómo su padre hacía una luna a partir de una moneda de peseta, para colgarla del cuello de su hermano, que sufría continuos empachos.

Para terminar, después de los cuentos, María Josefa, con sus 79 años, nos recitó una extensa poesía que aprendió en su infancia: la historia de un niño que estaba de pastor y solo ganaba un duro al año. Los aplausos fueron su mejor recompensa.

Tras la charla, nos hicimos algunas fotos y, al salir, aún me esperaba otra sorpresa. Tía Filomena, la madre de mi amigo Miguel, nos estaba esperando. Fuimos con ella hasta su casa y allí compartimos un café con su familia: hijos, nietas, biznieta… Tiene tía Filomena 85 años, nació en Ahillones y ha vivido media vida en Valdecaballeros y otra media en Hernán Cortés. Por eso, al despedirnos, por mi cabeza pasaron sentimientos encontrados: ¡cuántos recuerdos y cuántas añoranzas laten en estas amables familias que habitan nuestros pueblos de colonización!

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