miércoles, 23 de marzo de 2011

Una tarde en La Haba






Por Juan Rodríguez Pastor


El 14 de marzo de 2001, en una tarde lluviosa, llegamos a La Haba.

Antes, gozamos con los colores que inundan las vegas del Guadiana. Entre Valdivia y Castillo de la Encomienda, se sucedían los colores blanco y rosa de los frutales. Especialmente nos sorprendió que en algunas parcelas, las nectarinas, al ir dejando caer sus pétalos, han formado una preciosa alfombra de color fucsia.

La Haba tiene una buena Casa de la Cultura que, durante esta semana, acoge los paneles de la Campaña. Un grupo de chicos jóvenes, con instrumentos musicales, esperaban en los pasillos. La biblioteca, además, es un espacio muy agradable. Santi, la bibliotecaria, nos recibió amablemente. Luego, mientras llegaba la hora, nos acercamos a tomar un café a la plaza.

Para la charla, hicimos un corro. Y allí, rodeado de veinte mujeres “jabeñas” me dispuse a aprender. Los folkloristas solemos recoger las cosas de la tradición oral en libros; pero, somos conscientes de que esto no deja de ser una “traición” (eso sí, “una traición necesaria”), porque estos materiales deben estar ahí, en boca de la gente, pasando de unos a otros. Y eso es lo que encontré en La Haba. Mujeres tan dispuestas a participar que, a veces, resultaba difícil entendernos, porque hablábamos y reíamos a la vez.

Todo el mundo participó: Nati contó poesías; Trini, rimas infantiles; Santi, acertijos y tradiciones: Emilia, refranes y cuentos; Elvira, dictados tópicos: Manola, dictados y cuentos; Agustina, juegos como el de “el mocho”…

Pasamos un buen rato recordando una curiosa tradición, que desconocía, la de “la bodilla”, un pequeño convite que daban los novios un año antes de la boda. Los familiares les daban “el presente”, algún regalo en especies o en dinero, para que los novios fueran preparando la boda. Antonia, hace 35 años, fue una de las últimas en celebrar esta costumbre de “la bodilla”. El problema surgía cuando los novios, durante ese año, antes de la boda, se dejaban. Entonces, había que devolver los regalos, aunque había algunas novias que se hacían las despistadas y decían: “Lo que me distes, / por lo que me quisistes; / y lo que me has dao, / por lo que me has atentao”.

Como Paula se sentó a mi lado, siempre tenía delante la grabadora. Y nos recordó, por ejemplo, este dictado tópico: “Magacela está en un alto, / Villanueva en un rincón, / y el pueblo de La Haba / se lleva toda la flor”.

No faltaron las cancioncillas del folklore infantil: El tío Chiripita, Cigüeña maragüeña, Antonio retoño… María Teodora nos contó varios acertijos, como el de la lengua: “Entre peña y peña / está María Guisá, / llueva que no llueva, / siempre va mojá”. Y Ben Morillo nos contó un precioso trabalenguas: “Por las llares abajo / va un grajo, / diciendo ajo, / cáscara de ajo, / flor de Logroño, / que me sangra la vena / del codo, codo, / codito”.

Al final, creo que yo también conseguí sorprenderlas, porque, antes de los cuentos, les leí uno de Isabel Gallardo, “El jayasgo”, con una hermosa descripción, de las “jabeñas” que, antiguamente, tejían en los telares lo que luego los jabeños vendían con sus borricos por toda España.

Cuando dejamos La Haba, caía suavemente una fina llovizna.



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