El lunes 4 de octubre de 2010 llegué a Valverde de Mérida tras recorrer las Vegas Altas del Guadiana, donde ya las máquinas cosechaban el arroz y el maíz.
Como era temprano, di una vuelta por el pueblo. La iglesia de Santa Marina es de grandes proporciones. En uno de sus costados una placa y una corona recordaban antiguas hazañas de dos valverdeños que defendieron tierras canarias de los barcos ingleses.
El bar de Guille estaba cerrado, así que tomé un café en el Mirador, en la plaza, mientras algunos hombres jugaban al parchís.
Me encanta ver la sorpresa de la gente al descubrir que casi todo lo que comentamos les suena y lo van recordando. Enseguida fuimos desgranando anécdotas antiguas de cuando la gente de nuestros pueblos era tan cerrada en el habla, en las costumbres…
Luego dimos un repaso a los dictados tópicos de los pueblos vecinos. En Valverde llaman cucos a los de San Pedro, ajumaos a los de Don Álvaro, galápagos a los de Villagonzalo, piporros a los de Guareña (aunque los de Guareña no lo saben)…
Después, recordamos que en Valverde a los suegros se les solía llamar tíos, y así lo sigue haciendo la gente mayor: tía Antonio, tía María…
No faltaron las rimas infantiles, las canciones, los juegos (aprendí que el juego de la rayuela se llama el cala en Valverde), acertijos (Redondo como un queso y chilla como un conejo: la polea para sacar agua del pozo), costumbres (tirar tiestos y zumerios a las casas), supersticiones (curar el emparcho a los niños espurreando un buche de aguardiente sobre su barriguita), etc.
Rosi Barroso nos sorprendió con este trabalenguas:
¿Cómo quieres que te quiera,
si el que quiero que me quiera
no me quiere como quiero que me quiera?
Si el que quiero que me quiera
no me quiere como quiero que me quiera,
¿cómo quieres que te quiera?
Josefa nos rezó la oración de san Antonio, aunque no recordaba el final. Pero entre su hija y ella sí nos contaron otra oración, para las tormentas:
A san José bendito
se le perdió el bastón;
se lo encontró.
–¿Dónde vas, José?
–A quitar estas tormentas tan bravas
que van por los cielos,
a quitarlas y a ponerlas
donde no haya era ni vereda
ni flor de tomillo
ni canten los gallos
ni lloren los niños.
Al final, como siempre, nos reímos con los cuentos y la tarde se nos hizo corta.
A las ocho, mientras dejaba atrás el pueblo, algunos valverdeños paseaban con mucho sosiego por el camino del cementerio, acompañados por el último sol de una hermosa tarde otoñal.
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