lunes, 7 de junio de 2010

Una tarde en Táliga, por Juan Rodríguez Pastor






TÁLIGA

Cuando llegamos a Táliga, el 31 de mayo, la tarde era muy calurosa. Pese a ello, dimos una vuelta al pueblo, porque queríamos ver su arquitectura popular y sus chimeneas.

En la Agencia de Lectura nos atendió amablemente Cristina, su joven bibliotecaria. Cuando llegó la hora de la charla, estábamos algo desconcertados, ya que solo había por allí dos jóvenes: un chico y una chica. A los cinco minutos, sin embargo, llegaron unas veinte mujeres, que venían de otro Taller. Y es que estas mujeres taligueñas están muy atareadas.

En la charla salieron a relucir casi todos los temas: el habla popular (cucharro –panera–, zanajoria, jumo…), los refranes, los juegos, los dictados tópicos… Obdulia nos contó que a las chicas de la cercana población de Santo Domingo les llaman “pentaíñas”, un término portugués que significa algo así como “pollitas”. Esperanza nos explicó que tienen cierta rivalidad con Alconchel (De Alconchel ni burro ni mujer) y con Valverde de Leganés (En Valverde, el que no pellizca, muerde). Josefa nos recordó lo que se dice de las mujeres de Castuera y lo que ellas responden.

Fue interesante ver la evolución de la tradición oral, a través de una rima infantil (cuyo tema es terrible, aunque afortunadamente los niños no suelen prestar atención a los significados). La gente mayor la recordaba así: Manolo Pistolo / mató a su mujer, / la pinchó en un palo / y la puso a vender. Pero la gente joven, como Alberto y M.ª Prado, la recordaban de otra manera: Don Federico / mató a su mujer, / la hizo picadito / y la puso a cocer. Y, para más inri, Pura, con sus 70 años, sabía otra rima parecida: Manolo Pistolo, / camisá cagá, / le güele el culo / a leche migá.

A estas alturas, cuando estábamos todos riendo, nos sorprendió que una chica joven, Elena, se pusiera a cantar un romance, coreado por la mayoría de los asistentes: Un capitán sevillano, / siete hijas le dio Dios / y tuvo tan mala suerte / que ninguno fue varón. / Y un día la más pequeña / le llamó la inclinación: / Padre, que me voy a la guerra / vestidita de varón…

Esperanza, Lucía, Pura, María y Carmina nos contaron varios acertijos. M.ª Prado y Lucía nos contaron algunos trabalenguas. Otra señora, cuyo nombre no anoté, nos cantó una canción para jugar al columpio (María Manuela, / tú que vas y vienes, / tráeme los manteles…)

Al final se destapó Pura, la mayor, con un precioso cuento acumulativo de una hormiguita. Lo que no esperábamos es que Pura se riera de nosotros. Cuando terminaba el cuento (Burro, ¿pa qué eres tan malo que bebes el agua, el agua apaga el fuego…, el sol derrite la helá que me heló la mi patita?), se hizo la despistada y preguntó: ¿En qué quedamos?, ahora no me acuerdo. Yo le dije: En el burro. Y con una sonrisa socarrona, me soltó:

–Levántale el rabo y le besas el culo.

A Cristina le habían dicho que, si escupía a un insecto (llamado cura o curita), salía sangre; pero a ella no le había funcionado. Además, estuvo una tarde recogiendo capullos de amapola para jugar con su sobrina pequeña a ¿Gallo, gallina o pollo?

Pura nos contó otra historia, de una culebra que mamaba a una señora, ocurrida en la finca Mantillón, donde trabajaba su padre “haciendo carbones”. Las risas volvieron con los cuentos. Esperanza recordó que su madre le contaba una versión de “Don Minusteco”, aunque con “las palabras un poquito cambiás”, como suele ocurrir en la tradición oral.

Cuando nos alejamos de Táliga, camino de Valverde de Leganés, atravesamos unas hermosas dehesas donde rumiaban numerosas vacas.

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