lunes, 15 de marzo de 2010

Una tarde en Corte de Peleas, por Juan Rodríguez Pastor



Una tarde en Corte de Peleas

· Juan Rodríguez Pastor ·


El lunes 8 de marzo, por la tarde, Jacinta y yo llegamos pronto a
la Corte. Dimos un paseo. No pudimos tener mejor comienzo: un chico de trece o catorce años nos saludó al pasar; un gesto sencillo, pero agradable. Luego, como los bares no abrían hasta las cinco, aprovechamos para hacernos unas fotos ante la iglesia de Santa María Egipciaca.

Antes de las seis, esperamos a que Asunción abriera la Biblioteca. Los primeros en llegar fueron unos chicos de once años; venían a la charla porque se lo había dicho su maestro. Nueva sorpresa: su maestro, Francisco Cacho, fue durante media docena de años nuestro compañero de estudios en el Colegio Menor Santa Ana de Almendralejo. Hacía 37 años que no nos veíamos. No pudimos evitar que nos invadiera la nostalgia; pero, tuvimos que rehacernos para atender a los chicos (unos 15 ó 16) y a los mayores (una docena: Mercedes, Teresa, Natividad, M.ª Carmen…)

Me sorprendió, otra vez, que los niños atesoraran tal acervo de tradición oral: sabían de todo: dictados tópicos, acertijos, trabalenguas… El tópico de que la tradición oral no se transmite a la gente joven parece no tener sentido en la Corte; aquí les ha llegado de todo.

Especialmente nos dejó de piedra un niño, Juanjo, con sus siete u ocho años. Cuando nosotros, los mayores, intentábamos soslayar ciertos temas escabrosos, él nos soltó con todo desparpajo el acertijo “picaresco” de la inyección:

“Te la metí,

te la saqué,

te hice sangre

y me marché.”

Hasta Tomás, otro niño, se dio la satisfacción de pegármela con otro acertijo, el de la vaca. Todos se peleaban por participar: Marcos, Raúl, Andrea, Fernando, Ana…

Después, los mayores tuvimos un precioso debate sobre las creencias populares: Fefi las defendía, pero Bartolomé dudaba de ciertas cosas… Yo aprendí que hay diferencias entre el mal de ojo y la luna.

Al final vinieron los cuentos y la propuesta de que cada uno recoja de algún modo todas estas cosas que ha recibido por tradición oral.

Tras el encuentro, los mayores tomamos un café en el bar “La Cabaña”. La madre de Tomás se acercó para darme un recado: su hijo quería que volviera al día siguiente. Le dije:

–Muchas gracias, Tomás; no puedo venir mañana, pero no olvides que siempre que tú quieras, en la Biblioteca, encontrarás todos estos cuentos que te he contado y otros muchos más.

Cuando nos alejamos de la Corte, pasadas las ocho, empezaba a llover con fuerza.


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